
Un buen día, el monstruo emprendió un viaje para buscar el nombre que tanto anhelaba. Pero el mundo es demasiado grande y por ello, el monstruo decidió dividirse en dos mitades. Una mitad se fue al este y la otra mitad, hacia el oeste. La mitad del monstruo que había ido hacia el este, encontró pronto una aldea y en esa aldea, a un herrero que trabajaba le dijo: “Oye herrero, quiero que me des tu nombre”, “Pero que tonterías dices, eso nunca” replicó el herrero. “Si me das tu nombre, me introduciré en tu cuerpo y te transmitiré toda la fuerza que te falta” prometió el monstruo. “¿En serio? Bueno, si de veras vas a hacerme mas fuerte, te lo doy”, respondió el herrero.
Entonces, el monstruo se introdujo en el cuerpo del hombre. A partir de ese momento, el monstruo se convirtió en Otto el herrero. Otto era el más fuerte de la aldea, sin embargo un día… “MÍRAME, MÍRAME, MIRA QUE GRANDE SE HA HECHO EL MONSTRUO QUE HAY EN MÍ”. Grus, grus, ÑAM, ÑAM, GRUN, GRUN, glocs. El monstruo que tenía mucha hambre, se había ido comiendo al herrero por dentro. Y así fue como el monstruo se quedó otra vez sin nombre.
Al poco tiempo, lo intentó de nuevo con un zapatero llamado Hans. Grus, grus, ÑAM, ÑAM, GRUN, GRUN, glocs. Al comérselo, volvió a quedarse sin nombre. Lo intentó también con un cazador llamado Thomas. Grus, grus, ÑAM, ÑAM, GRUN, GRUN, glocs. Pero se lo comió también, y volvió a quedarse sin nombre.
Al final el monstruo, decidió buscar un nombre en el interior del castillo. Al entrar, encontró a un niño enfermo: “Si me das tu nombre, yo te haré fuerte como un roble”. Le dijo el monstruo. “Si logras que me recupere, me ponga sano y fuerte mi nombre es tuyo”. Le replicó el niño. Y así fue como el monstruo, se introdujo en el interior del pequeño. El niño se curó milagrosamente. El rey estaba de lo más contento, EL PRINCIPE SE HA CURADO, EL PRINCIPE SE HA CURADO.
Al monstruo, le gustó el nombre del príncipe y la vida en el castillo le gustó también. Por eso y aunque se moría de hambre, hizo esfuerzos por contenerse. Un día tras otro, cuando el hambre le acechaba, el monstruo esperaba paciente a que pasara. Pero llegó el día en que el hambre era tan acreciente que… MÍRAME, MÍRAME, MIRA QUE GRANDE SE HA HECHO EL MONTRUO QUE HAY EN MÍ. Entonces, se comió al rey y a toda la corte de una sentada. Grus, grus, ÑAM, ÑAM, GRUN, GRUN, glocs.
Como se encontraba muy solo, decidió emprender de nuevo otro viaje. Y anduvo, anduvo y anduvo.
Un día, el principito huérfano, se encontró a la otra mitad del monstruo que había ido hacia el oeste. “Ya tengo nombre ¿sabes?, un nombre muy bonito”. Le dijo el monstruo del oeste al príncipe. “¿Para qué sirve un nombre?, sin nombre, también se puede ser feliz. Míranos a nosotros, somos monstruos sin nombre”. Con estas palabras el monstruo del este, se comió al del oeste. Ahora que por fin había conseguido un nombre, no tengo a nadie que me llame para recordarlo, con lo bonito que es mi nombre.
FIN